Sunday, August 23, 2015

"El cuento", relato para Kikinda Short 10


Este es el primero de los dos cuentos que escribí para el Festival de relatos Kikinda Short 10. 


"El cuento"

Él siempre le había exigido demasiado a su escritura. Con el paso de los años, había sumado todos los premios inimaginables, incluido el tan ansiado Nobel, pero en su interior siempre pensó que podía escribir mejor. Usaba aquella certeza como una zanahoria que ponía delante de él para trabajar más duro. Siempre llevaba un cuaderno donde aprovechaba las pausas en los viajes para escribir pequeñas historias. En uno de ellos se encontró en un tren Lyon-París con unas pocas horas libres. Abrió el cuaderno y con su pluma de la suerte comenzó a desgranar una historia que le llevaba rondando la cabeza un par de días. Cuando el tren arribó en la estación de trenes de París, supo sin duda que aquel relato era lo mejor que había escrito nunca, que aquellas palabras eran la destilación de sí mismo como escritor, su obra maestra. Permaneció un momento en el asiento, con el cuadernos apretado contra su pecho.

A la mañana siguiente, en el hotel, hizo que le subieran una máquina de escribir para transcribir él mismo el relato. Abrió el cuaderno y comenzó a pasar páginas, pero no logró comprender una palabra. El movimiento del tren, sumado a su ya famosa mala caligrafía se habían aliado para convertir las palabras en unos trazos ininteligibles. Pasó dos días sin salir del cuatro, tratando de resolver aquel jeroglífico. Le llevó el cuaderno a su secretaria, que tampoco logró comprender nada. Después a los especialistas calígrafos y descifradores de códigos. Poco a poco, mientras los fracasos se sucedían, el escritor comenzó a caer en una profunda depresión, abatido como cuando perdió a un hijo en la guerra. Para sorpresa de todos, no volvió a escribir nunca una palabra más, ni a montar en ningún otro tren para impartir ninguna conferencia. Murió tres años después, solo y dejando lectores huérfanos en todo el mundo. Nadie prestó atención a aquel cuaderno, que permaneció décadas olvidado en un cajón entre sus pertenencias, pasando de mano en mano, primero a su esposa, después a sus hijos, después a sus nietos y sus biznietos. Hasta que uno de ellos vendió el lote completo a un trapero que lo acabó regalando a un chico de doce años que conocía. Aquel chico, en una soleada mañana, se sentó en el borde de una fuente y comenzó a leer de corrillo, comprendiendo cada palabra, inmerso hasta acabar el relato. Entonces, entre toda la multitud, rompió a llorar y supo que su vida, desde ése mismo instante, había cambiado para siempre, sin que nadie que no fuese él se hubiese dado cuenta. 


© Santiago Pajares, 2015

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